miércoles, 22 de octubre de 2008

No es la primera, pero sí la última.

Se oyó el fuerte portazo. Tintinearon las tacitas de café, regalo de boda aún sin estrenar. Ella estaba tendida en el piso. Su cuerpo era como una peonza, juguete olvidado tirado al suelo. Sus manos aún temblorosas, sostenían el dolor de su aliento. Permaneció así durante unos segundos, hasta que estuvo segura de que estaba completamente sola. No era la primera vez. Se fue incorporando con dificultad, con una mano agarraba su sexo sangrante y con la otra la butaquita de felpa añil. Lentamente se fue levantando, primero enderezó el tronco, después pegó sus pies al suelo donde empezaba a formarse un charco rojo; los movió viendo cómo salpicaba. Estaba fatigada, levantó el rostro y caminó a trompicones hacia el baño, haciendo del camino un contoneo constante. Abrió la puerta con atropello y directa se apoyó en el lavabo. La luz estaba ya encendida. Se miró en el espejo y turbada se acarició el abultado vientre con ternura. Ese es el último recuerdo que tiene antes de que se desmayara. Salió del hospital olvidando para siempre al padre y asesino de su hijo.

1 comentario:

TERESA CACHO ESTEFANÍA dijo...

Sin duda un relato estremecedor. A pesar de su brevedad consigue situarnos en la crueldad y la locura del maltrato transmitiendo un sentimiento de dolor, rabia y fuerza. Me encanta la comparación de la peonza, un juguete tirado y olvidado, un objeto que tanto ha danzado pero que progresivamente se ha ido quedando relegado y obsoleto. A pesar de todo la peonza seguirá siendo el juguete por antonomasia al igual que la mujer pronto mostrará su dignidad. Mucho ánimo, me ha encantado.