domingo, 7 de diciembre de 2008

HiPeRTRoFia DeL DeSeo

Los síntomas

La sociedad actual se caracteriza por un proceso acelerado de anonimato y desterritorialización como consecuencia de la economía capitalista. El surgimiento de la red global de información, el desarrollo técnico de los medios de comunicación, la publicidad y sus técnicas de persuasión, han impreso un cambio considerable en la organización del espacio. Ahora, las distinciones entre el aquí y allá pierden todo su significado. Asimismo la amplitud de movilidad permite el abandono del lugar sin enfrentamiento con la alteridad (se elude la responsabilidad) por medio de la vía del anonimato. Se incurre, por una parte, en la aniquilación total de las restricciones espaciales para la elite empresarial, y por otra parte, el resto de la población se encuentra detenida, localizada bajo los límites impuestos por el consumo.
Ahora bien ¿Cómo afecta este proceso de polarización en el tiempo? El movimiento de la información ha sufrido una aceleración mucho mayor que la de los cuerpos o los cambios de las situaciones sobre las cuales se informan. La aceleración de los procesos productivos, gracias a las innovaciones tecnológicas, ha contribuido a un mayor acercamiento a los consumidores, es decir, a un ahorro en la toma de decisiones por parte de éstos a la hora de consumir. En La sociedad del espectáculo Guy Debord mediante la lectura de Marx sobre el concepto de alienación, edifica su noción de espectáculo. Hace un análisis hacia un modo de alienación de los trabajadores que ya no se centra en la explotación durante el tiempo de trabajo, sino que coloniza el ocio aparentemente liberado de la producción industrial (su tiempo libre) y se propone como objetivo la expropiación del tiempo total de la vida de los hombres. El ocio se convierte en consumismo acelerado, un mecanismo de control sutil, que se manifiesta como un optimismo aparente en la sociedad. ¿Una nueva forma de censura? Muy perspicaz, porque no dices que se callen, sino que no les das tiempo a que piensen.
Esta usurpación del tiempo libre del hombre tiene efectos altamente nocivos en la siempre perdida responsabilidad de los hombres. Y digo siempre perdida, en el sentido de que ¿Cuándo se puede hablar de que se apoderara definitivamente de ella? Las revoluciones han sido ese instante en la lucha por alcanzar la aclamada “mayoría de edad”. Los análisis siempre insisten en cuestiones de índole racional, en ejercer esa responsabilidad porque la sociedad se funda en la deuda. Lo propio de la sociedad capitalista es hacer una deuda infinita haciendo confundir al hombre en los términos. Si bien es cierto la necesidad de ejercer nuestra responsabilidad; quizás sea conveniente atender a una esfera no tan racional pero siempre latente en el hombre, y motor de sus acciones: el deseo.
¿Cómo afecta este ritmo frenético de consumo y usurpación del tiempo libre en la capacidad desiderativa del ciudadano de a pie? Todo depende de qué concepción del deseo partamos, o más bien, qué lógica de la vida manejemos. Para ello quiero rechazar la concepción estática de la lógica del ser, para tomar la lógica del devenir que maneja Deleuze. La vida no como una entidad aparte, sino como algo que transita a través de nosotros, que es más fuerte que el sujeto mismo. La vida como movimientos vitales en la pura inmanencia, que no depende de un objeto ni pertenece a un sujeto. La vida está por todas partes, definida como potencia, aunque no entendida ésta aristotélicamente, sino como “virtualidad” lo cual no quiere decir posibilidad, sino que lo virtual para Deleuze es real pero no de un modo actual; de lo contrario nos encontraríamos con una dualidad ontológica.
Para Deleuze el concepto de “devenir” es fundamental. La vida en continuo devenir y el devenir como proceso de deseo. El hombre no sabe lo que vendrá, porque si lo sabe mal asunto. El error viene de asumir una identidad, porque cuando hacemos esto atrapamos inútilmente el deseo, no dejando que prolifere a no ser que se corresponda con esa imagen fija (identidad) que se ha albergado en nosotros.
En la historia de la filosofía el deseo ha sido entendido habitualmente como un movimiento hacia algo que no detenemos; el deseo manifestado como una falta, una carencia. De esto se desprendía que la satisfacción se producirá con la posesión de aquello que nos falta. De ahí las precipitadas y absurdas conclusiones de que “lo mejor es no desear”. Esta es la concepción tradicional que, excepto Spinoza con su “afecto activo” y Nietzsche con su idea de “voluntad de poder”, ha brillado notablemente sobre todo en su publicidad psicoanalítica.
La propuesta de Deleuze es mucho más rica en matices, y si bien no rechaza en su totalidad la teoría psicoanalítica, redefine los conceptos de acuerdo a su idea de inconsciente como una fábrica y el deseo como producción. Esto se entiende de la siguiente manera: El error estaba en considerar en que deseamos un objeto, porque en realidad lo que deseamos es un conjunto. Deseamos algo en un paisaje concreto, a una hora determinada, bajo una luz y un movimiento particular del viento…No deseamos el objeto a secas; para nosotros se abre un mundo de seducción con el que empezamos a delirar.
La sociedad de consumo sabe perfectamente de que pie cojeamos y la publicidad a través de imágenes nos encandila, presentando sus productos a través de una combinación de elementos: la música, la tonalidad de los colores, las luces, el lugar y la ocasión oportuna, que hacen de ese conjunto una composición agradable de acuerdo a la moralidad y las modas vigentes. De ahí que cuando vemos el objeto aislado viene a nuestro encuentro el desengaño.
Lo importante de todo esto es el tiempo invertido en el deseo, el deseo es producción, lo cual implica que necesitamos cierto tiempo de construcción. El deseo no es algo espontáneo. Sin embargo, las técnicas persuasivas publicitarias al servicio de la sociedad de consumo, construyen los deseos como una mercancía más; nos los dan ya hechos, empaquetados con vistosas fachadas que ofuscan y adiestran nuestra vista, marcando la pauta del cambio perceptivo que estamos sufriendo a través de imágenes altamente provocadoras. Deberíamos estar agradecidos por ese ahorro de tiempo, que nos brinda la sociedad de consumo, en la producción del deseo. Qué considerados pues así estamos siempre listos para comprar otro deseo.
El deseo ha sido convertido actualmente en algo espontáneo para no perder el ritmo frenético de la sociedad fastfood, cibercitas, Shoping Center, móvil última generación, cajeros automáticos… Un mundo pre-fabricado en el que, hoy en día, lo difícil no es conseguir lo que se desea, sino que lo difícil es desear.
Es la falta de horizonte temporal, de tiempo para saber qué se desea, lo que ha atrofiado esta capacidad, motor de nuestras vidas, productor de realidad. De la inmediatez del deseo en la sociedad vigente, perdemos la capacidad de producir nuestros deseos, nos sumergimos en la ignorancia de construirnos a nosotros mismos. El único patrón que nos guía ahora es atender a lo que tiene el del lado: el deseo mimético, el deseo como imitación, lo cual nos hace enfrentarnos al Otro y así sucesivamente.

Y es precisamente porque las necesidades derivan del deseo y no al revés por lo que el mercado del deseo siempre triunfa, y sino que se lo digan a los curas. Porque el deseo lo convierte todo en realidad.