domingo, 17 de mayo de 2009

Hija ilegítima del destino

Ambrosia,
Sin prudencia del querer,
Vino al mundo de madre virgen y
Cama vacía;
Bastarda en el pueblo
Nada más nacer.

Destartalada su madre
La vio crecer:
Morros holgados para poder engullir,
Cuerpo redondo asomando manos y pies,
El pecho caído,
Arrastraba por doquier.

Una apacible casita de madera,
De barniz craquelado y
Herencia materna,
Les daba para sobrevivir.
Con porche de tablas rechinantes
Y columpio regalo del cura.

El bochorno sudaba sus carnes,
Su estómago digería una sinfonía famélica,
E inquieta se mecía en el balancín.
Mientras, arrancaba sus pezuñas
Embriagando el dolor su mirada,
De ojos independientes,
Y protegidos por un seto con fauna.

Su madre la agarró del brazo
Al sorprenderla sentada desentonando
El escaparate de su estirpe,
Y con un lanzamiento despótico,
Sin más, del pórtico la arrancó
Haciéndola aterrizar en el interior del hogar.

“¡Qué te mantendría así de absorta,
Si no la fantasía de un buen verraco
Montándote bien montada,
O quizás, una mesa rebosante de alimentos
Incapaces de saciar la gula que dentro llevas!”
Abucheó la madre clavándole la culpa de su ruina.

Acto seguido, descolgó enojada el columpio
Y marchó en busca de un comprador
Que calmara su desgracia.
Nadie se batió en duelo con la impunidad,
Pues todos sabían la maldición de su estatismo,
Así, un campesino compró el juguete sin chico.


Ni las moiras,
A las que ya su hora había llegado,
Fueron capaces de cortar el hilo:
Las tijeras de oro brincaron al investirlo.
Ambrosia sin ella quererlo,
Burló las leyes del camino.

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